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CORONAVIRUS, “COMITÉ DE CRISIS” Y LA PARTICIPACIÓN DE LOS SENIORS 4.0

Agradezco a Jorge Fontevecchia CEO de Editorial Perfil y a la coordinadora de columnistas Patricia Merigo por la publicación de esta columna de opinión.

Agradezco a Misiones Opina y a su Director Luis Huls por publicar esta columna de opiniòn

 

Por Marcelo H. Echevarría (1)

El nefasto impacto sanitario y económico a nivel mundial de esta pandemia nos tiene en jaque a todos los ciudadanos, como también a la economía mundial y, por cierto, a las empresas.

En estas tres últimas semanas he vivenciado la formación de los equipos de crisis en diversas empresas.

Si algo positivo se rescata de estos momentos difíciles es la actuación de la generación seniors 4.0 y el lugar preponderante que les han otorgado a la hora en que, como se dice vulgarmente, “las papas queman”.

Los equipos o también denominados “comité de crisis” o “comité de emergencia” los lideran las personas con mayor experiencia en las organizaciones, siendo en su mayoría mayores de 40 años.

La actuación de estos expertos no se detuvo en el asesoramiento personal respecto a cómo diagramarían los protocolos de emergencia, sino que, al instante de conformado el equipo de crisis, sugirieron interconsultas con profesionales externos especialistas de otras ramas, tales como médicos clínicos -a fin de evacuar los temas relacionados a la prevención-, psiquiatras – procurando la contención ante un eventual contagio-, como también, por otros motivos relacionados a la operatividad de la empresa, se sugirió la contratación de ingenieros en sistemas, entre otros.

Me detendré en lo que respecta al tema relacionado a los recursos humanos.

Los integrantes del “comité de crisis” fundamentaron la solicitud de interconsulta profesional en tres circunstancias a las cuales se les otorgó mayor prioridad, siendo éstas:

a) Obtener una segunda o tercera opinión a lo que se sugeriría en el protocolo a confeccionar en lo relativo a cada uno de los aspectos que abarcaría el mismo,
b) La concientización del universo de integrantes de la empresa en lo concerniente a las labores preventivas, a fin de prevenir el contagio.
c) Lo más importante y en lo que a mi criterio se le puso mucho énfasis, fue procurar una política de contención ante el eventual contagio de algún integrante o de su grupo familiar.

Como abogado de esas empresas tuve un rol secundario o accesorio, más que nada de carácter participativo como oyente de los equipos o comité de crisis, a veces dando mi parecer respecto a alguna norma aplicable y, más que nada, a fin de informar al directorio sobre el grado de avance como de las decisiones finales a las que se arribarían.

Pero lo cierto es que jamás imaginé la clase magistral que me representó esa “cátedra” a la que me permitieron participar.

Tuve la oportunidad de ver actuar a diversas generaciones, desde hombres y mujeres de 20 y tantos años hasta los de 75 u 80, todos aportando lo mejor de sí en grandes salas colmadas con videos, murales y tableros digitales, etc., de manera armónica, sin imponer ideas, analizando cada alternativa, disintiendo educadamente en pos de lograr lo mejor para la comunidad a la que estaba destinado ese trabajo.

Muchos jóvenes expertos evaluando lo necesario para poder llevar adelante el “Home Office”, asesorando sabiamente sobre los mejores sistemas a implementar con la finalidad de lograr la eficiencia en el trabajo remoto de todas las áreas.

También lo necesario para las mudanzas de equipos y las necesidades inminentes que la empresa les debería procurar.

Obviamente se presentaban muchas dudas sobre infinidad de cuestiones a resolver.

En ese marco, todos esos equipos, sin distinción de edad, sexo, cargos, etc., ponían sobre la mesa toda su experiencia a fin de ser evaluada con el objetivo de conseguir no sólo lo mejor para la organización a la que prestan servicios y los remunera, sino para sus propios compañeros de trabajo.

Para ello, los miembros que conforman el “comité de emergencia” trabajaron hasta altas horas de la noche, a veces no dormían, como también, los fines de semana, reitero, sin distinción de edad ni de cargos, toda vez que podía discutirse una iniciativa propuesta por el lider de un área determinada y disintiendo la persona que ocupa un alto cargo gerencial, pero jamás imponiendo su voluntad, sino evaluándola entre todos los miembros presentes.

Luego, la duda del millón. ¿Qué política se implementaría con las personas a las que les costaría adaptarse a la tecnología o al trabajo remoto?

Los líderes de las áreas de sistemas e ingeniería plantearon que ellos como sus colaboradores no tendrían problema alguno en asistir a las personas con esa limitación, toda vez que, a través de videoconferencia, WhatsApp, Telegram, entre otras opciones, se encontrarían “on line” para asesorarlas de manera permanente.

¿Se entiende que estamos asistiendo a una capacitación forzada por la situación crítica, la cual redunda a favor del integrante de la empresa?

Y la limitación a la tecnología para el uso remoto no tiene edad, toda vez que podría necesitar asesoramiento una persona de 20 años como otra de 60 o de 70, toda vez que no tienen la obligación de saber como actuar ante estas circunstancias atípicas.

A su vez, se presentó la inquietud de cómo implementar las actividades que sí o sí requieren la permanencia física del individuo.

Se adoptó un estricto protocolo mediante el cual se evaluaría a las personas con factores de riesgo a las cuales se les asignaría trabajo remoto, sustituyéndolas por otras de manera transitoria, hasta que culmine la emergencia. 

Esta pequeña, parcial y muy sintética síntesis de lo vivenciado me lleva a arribar a tres conclusiones desde el punto de vista social y humanista:

La primera de ellas:

Si en plena crisis no existen diferencias entre hombres y mujeres menores de 50 años con los seniors 4.0, toda vez que se complementan y compatibilizan no solo de manera óptima sino eficiente y orgánicamente logrando la finalidad requerida, ¿Cuál sería el motivo para que en épocas normales o de estabilidad no se contrate a personas mayores de 50 años?

La segunda:

Cuando una crisis estalla, no existe la edad, los cargos, como tampoco los títulos honoríficos, ni la “red carpet”, sino que esas contingencias ponen a prueba exclusiva y excluyentemente la experiencia de esa persona, con abstracción de todos sus logros profesionales y/o cargos jerárquicos que posea dentro o fuera de la organización.

La tercera:

Cuando no hay tiempo para innovar ni para ensayar, sino que el reloj nos corre con una situación crítica como la actual, en el mundo se recurre a los individuos más experimentados en la materia, sea cual fuere la última.

Ante esta situación de emergencia humanitaria, económica y sanitaria, a los expertos cuya participación es altísimamente necesaria y prioritaria, ¿Le preguntarán la edad? No lo creo.

(1) Abogado (UBA)- Especialista en Derecho Penal (UB)- Autor e Investigador en Argentina y en España.