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LAS PERSONALIDADES FUERTES ¿SON LÍDERES O TÓXICOS?

Por Marcelo H. Echevarría (1)

Un empresario me enseño una metáfora al describir el carácter de una persona.

La calificó como el “toro de Miura”.

Sabe que va a morir, pero primero intentará matar (o destruir lo que está a su alcance, para no conceptualizarlo de manera literal).

Aclaro que si hay algo que me resulta altamente repugnante son las corridas de toros, pero, como era una metáfora para describir el carácter de una persona, investigué su significado.

Cuenta la leyenda que la familia Miura criaba toros especiales.

No se sabe bien qué era lo extraordinario que los caracterizaba, pero mataban a muchos prestigiosos toreros, previo a la propia muerte del toro.

Así, los toros de la familia Miura:

“Jocinero” mató a José Rodríguez Papete en Plaza de Madrid, año 1862; “Chocero” mató al banderillero Mariano Cavet Llustro en Madrid, año 1875; “Perdigón” mató a Manuel García El Espartero, en Madrid, año 1894; “Islero” a Manuel González Manolete en la Plaza de Linares, año 1947, y sigue una lista interminable.

Filiberto Mira, en “El Toro Bravo”, afirmaba sobre los toros de los Miura que “nunca ha habido toros más peligrosos ni de más sentidos que éstos”.

Con dicho antecedente, pasemos a los hombres y mujeres que nos rodean, sea en el contexto familiar, social o en el laboral.

¿Quiénes se segmentan dentro de estas personalidades asemejados metafóricamente a los “toros de Miura”?

Esa gente tóxica, impune, que daña la vida de su semejante, que cuando posee el poder total es déspota, tirana, agresiva, voraz, manipuladora, sea en ganar poder, perpetrarse en el mismo o hacerse de dinero a cualquier precio, inclusive incurriendo recurrentemente en conductas ilícitas.

No posee sentimientos hacia sus seres queridos, tampoco le interesa sobrellevar los afectos y mucho menos poseer una contención familiar.

Es sólo el/ella, sin importar el contexto que la/lo rodea.

Se aprovechan de la gente con buena fe, maltratan al que se encuentra bajo su dominio, al educado, caballeroso, o la dama de fino trato y simpatía, quienes son las presas en donde busca desplegar toda su maldad, perversión, quizás producto de una bajísima autoestima y de un enorme complejo de inferioridad que, en el fondo, encubre su verdadera personalidad.

Su personalidad es un armazón, dado que en su esencia son débiles, inseguros, miedosos, que cuando se deben victimizar para encubrir un acto, sea violento, defraudatorio, traicionero, de engaño, etc. hacen relucir sus dotes de grandes actores, victimizándose y llorando a lagrima tendida (pero de las denominadas “lágrimas de cocodrilo”) tratando de impactar sentimentalmente en su víctima.

El problema comienza para esta gente cuando alguien decide enfrentarlo, toda vez que, al ser obsesivos, no existe peor afrenta que sacarlo de su zona de dominio o de confort ya que lo desquicia la incertidumbre.

Cuando se lo desenmascara, se les presentan las pruebas sobre la mesa, se le corre el velo respecto de las mentiras recurrentes, allí nace la ira, el odio y desprecio al que le hace frente.

El odio y la lucha por el poder es a matar o morir, ya sea una puja por una jefatura rasa en una pyme, un encargado de algún sector en una empresa, un directivo, un gerente, un CEO, o un padre o madre de familia, cualquiera aplica para estas conductas.

Pero, cuando se encuentran acorralados, con sus mentiras, fabulaciones, maniobras defraudatorias, actos violentos, etc expuestos, descubiertos y comprobados, son capaces de destruir todo lo que construyeron  (sea una familia, una empresa, una trayectoria profesional, etc.)

La leyenda del toro de Miura dice que esos toros matan sabiendo que morirán, pero matan primero.

Abro mi libro de cabecera de psiquiatría forense del prestigioso Dr. Vicente Cabello y no puedo dejar de explicar muy someramente la personalidad de un psicópata.

El individuo que se encuentra inmerso en una “psicopatía mitomaníaca o confabulatoria” contemplará una alteración de la verdad, la mentira, la simulación y las fabulaciones, lo cual en el mitómano constituye la forma natural de actuar, de vivir, de relacionarse con el mundo, desconociendo los valores morales, la sinceridad, la lealtad, la honradez, la probidad por cuya causa la peligrosidad social es relevante.

Generalmente tienen un gran don de la simpatía y persuasión, son actores consumados, interpretan magistralmente los libretos dictados por su imaginación, para embaucar y estafar a sus víctimas, aprovechando la ingenuidad o inexperiencia del “candidato”. Son proclives a las grandes estafas.

En otro orden se encuentra la “personalidad psicópata epileptoidea” quienes son propensos a estallar en cólera, poseídos de un humor tenebroso, la pasividad y la violencia entretejen su carácter siempre rígido, compacto y poco maleable.

El “psicópata paranoico” es un individuo que, con su afán paranoico, empuja a la conquista de méritos profesionales, científicos, artísticos, administrativos o económicos qué difunden su prestigio y poderío.

El instinto de poder está tan desarrollado en el paranoico, que casi se define por sí solo.

Si el éxito anhelado no corona sus esfuerzos, el paranoico proyecta sus fracasos en los demás a quienes tilda de ingratos y desagradecidos.

Son los amargados y resentidos que en la egolatría pretenden que el mundo gira alrededor de ellos y que todas las circunstancias estén a su disposición y no vacilan en dañar destruir y desprestigiar.

A su vez se encuentran los “paranoicos trepadores” quienes, desprovisto de talentos y aptitudes, despliegan una cerrada obsecuencia hacia sus superiores y una pertinaz persecución hacia sus subordinados sobre cuyas cabezas y a sus expensas levanta la falsa imagen de un hombre leal recto y cumplidor.

Son sujetos que están más con los que mandan que con los que obedecen, una variedad muy común es la del paranoico que sistemáticamente rebaja el mérito ajeno para que sobresalgan los suyos.

Por último, tenemos al “psicópata perverso”.

Esta personalidad se inaugura en la edad temprana de la vida y se proyecta del ambiente familiar al escolar, laboral y social, adoptando permanentemente una conducta particular.

Son los niños difíciles de la edad escolar, destructores, agresivos, egoístas, mentirosos o simuladores, que gozan en martirizar animales que caen en sus manos.

Sexualmente precoces, se deslizan fácilmente hacia los delitos del mismo orden. Se incorporan de inmediato al gran contingente de la delincuencia infanto-juvenil; son incendiarios y ladrones y se asocian en pareja o en bandas.

De la simple observación se advierte  que ciertos delitos corresponden a distintas personalidades psicopáticas: la diversidad de delitos es una característica del grupo.

Así, el deprimido tiende a cometer el crimen piadoso, el maníaco el hurto o el fraude, el epiléptico el crimen brutal; el esquizoide el homicidio absurdo, frío, imprevisto; el perverso actúa sin piedad ni remordimiento.

Entonces ese hombre fuerte, admirado no por su intelectualidad sino por su don de imponer sus ideas a fuerza del látigo, sea en el ámbito donde fuere, no es un líder ni remotamente, sino un ser tóxico, primario, básico, primitivo y, probablemente, en muchos de los casos, estaremos en presencia de un psicópata.

Luego de la pandemia se replantean nuevos estándares sociales, laborales y en las relaciones intrapersonales.

Los líderes deberán ser gente preparada, capacitada, con experiencia y madurez psíquica, capaz de disentir y buscar permanentes consensos.

Nada constituirá una verdad revelada.

Todo será materia de cuestionamientos, ya que cuando uno pone en tela de juicio lo que hasta ahora creíamos que constituía algo inalterable o pétreo, una nueva conclusión al respecto será síntoma de crecimiento y madurez.

Por último: Un gerente de una empresa textil (ni accionista ni director) no hace mucho tiempo me comentó “si me voy esta empresa juro que la hago quebrar” “Nadie me mueve de esta oficina porque la hago estallar por los aires” “Invertí 55 años aquí, mi vida, y esto es mío” “Conozco todo lo bueno y lo malo que sucede aquí”.

Cinco años les llevó a los directores remover a ese hombre del puesto, a pesar que ya que poseía edad para jubilarse, pero el miedo los paralizaba al momento de tomar una decisión.

Cierto día alguien conoció un secreto muy bien guardado por este hombre.

Cuando se lo hicieron saber, amenazó con realizar denuncias, querellar, etc.

Terminó yéndose automáticamente , frustrado, odiando a todo el mundo y, por supuesto a la empresa, porque alguien averiguó su secreto, pero con un dato de color nada menor, de lunes a viernes, a pesar de que vive a 6 kilómetros de donde trabajaba, todos los días lo podían ver, previo a la pandemia, tomar el café con leche con dos medialunas en un bar, enfrente de la empresa, mirando la entrada de toda la gente.

Si no se erradica a la gente tóxica de los lugares clave, éstos terminarán destruyendo lo que se construyó con esfuerzo, apenas sientan que les culmina su ciclo.

Y esto entiendo que sucederá post pandemia ante los nuevos liderazgos, los cuales como producto de la profunda crisis económica, social y política no se permitirán improvisados, charlatanes, psicópatas o toros de Miura.

(1) Abogado (UBA)- Especialista en Derecho Penal (UB)- Autor e Investigador de Derecho Penal en Argentina y en España