VIOLENCIA DE GENERO EN EPOCA DE COVID19

Por Marcelo H. Echevarría (1)

Se elevó exponencialmente la tasa de hechos violentos que suceden dentro del ámbito familiar, especialmente ante esta cuarentena por coronavirus decretada en Argentina o el denominado “Estado de Alarma” en España.

Algunos casos de violencia salen a relucir sin haber existido previamente antecedente alguno que demuestre que la persona poseía ese rasgo de personalidad, al menos exteriorizado dentro del seno familiar.

Quizás muchas parejas han convivido años y, ahora, en el encierro, experimentaron estos hechos.

Otros, en cambio, ya conociendo de antemano esta característica que posee la persona con la cual convive, la ven potenciada y viven con el temor que, de manera impredecible, ejerza algún acto de violencia la cual puede ser física o psicológica.

Alguno de los motivos:

a) Síndrome de abstinencia:

Puede suceder que el adicto, a raíz del encierro, le sea imposible la provisión o suministro de las drogas que consume frecuentemente dentro o fuera de su casa, con independencia si su entorno familiar conoce o no su adicción.

En la mayoría de los casos se conoce, pero, por razones culturales en lo que respecta al ámbito familiar, se oculta o se niega.

Parecería imposible convivir con alguien, aunque sea por escaso tiempo al día (si es que trabaja fuera del hogar) sin sospechar o conocer que es adicto.

b) Incertidumbre por lo económico como factor generador de frustración e ira

La situación actual lleva implícitos despidos masivos en el mundo, cierre de comercios, imprevisibilidad en la faz empresaria, lo cual se traduce en incertidumbre económica generadora de un altísimo estrés.

Los no violentos, ante este estado crítico, pueden deprimirse, o quizás evadirse mediante algún método usualmente utilizado (gimnasia, música, lectura, meditación, etc.) o recurrir a las videoconferencias con los profesionales psicólogos o psiquiatras a manera de contención, como, de igual manera refugiarse en lo religioso.

Lo contrario ocurre con la personalidad violenta.

Esa depresión se canaliza a través de su frustración y, acompañado a la baja autoestima que caracteriza a estas personalidades, esta situación es la que detona su faz violenta, ya sea que, anteriormente, la haya contenido o reprimido.

c) El control y la manipulación:

El violento posee en la mayoría de las veces el rasgo autoritario, controlador y manipulador.

Ante terceros es el gran esposo, el mejor padre y su actuación es de excelencia demostrando que posee lo que se denomina usualmente “la familia feliz”.

Dentro de su casa es un monstruo, manipulador que no permite que nada ni nadie realice un acto sin su consentimiento o fuera de su conocimiento.

Su modo de vida es el sometimiento.

Hace creer a su entorno que es indispensable, que sin él “no son nadie”, bajando permanentemente la autoestima de su pareja o de su grupo familiar, ocultando de esa manera su verdadera personalidad, tal la de un débil, vulnerable e inseguro y, en la mayoría de las veces, un gran depresivo.

Estas conductas se potencian en el encierro provocando en muchísimas oportunidades hechos desgraciados, los cuales no se denuncian, justamente, por lo mencionado anteriormente.

En oportunidades,  la cercanía con el otro o los otros le provoca la ira, justamente porque son personas que manifiestan un enorme temor a la intimidad.

Utilizan el sexo como factor de poder, imponen a su pareja tener sexo cuando no lo desean o la someten a actos no consensuados en la intimidad.

Ellos dirigen, la mujer es solo utilizada para sus prácticas y solo debe acatar y, por supuesto, la negación es tomada como una ofensa porque son seres que no permiten el rechazo, toda vez que ese rechazo les incrementa su frustración con la que conviven pero que jamás la exteriorizan, excepto si caen en pozo depresivo.

La falta de empatía, los cambios súbitos de humor sin que nada lo haya provocado, la imposibilidad de resolver conflictos de manera no violenta y los celos son otros de los factores a tener en cuenta a la hora de evaluar si la persona es o no violenta.

Luego de un acto de violencia consumado, el agresor estila victimizarse, pedir perdón, escenificar el falso arrepentimiento poniéndose de rodillas, comprar presentes que bien sabe que son los indicados para el receptor o los receptores del mismo, jurar que nunca volverá a suceder, etc.

Lamento informar que, desde mi experiencia profesional en el terreno del derecho penal, ello jamás ocurrirá y que todo el teatro realizado post consumación del hecho de violencia, es el manual clásico de un manipulador que se aprovecha de la buena fe y la confianza de su pareja o familia.

A no dudar, una vez aceptado ese presente y “reconciliados”, ello dará lugar a que vuelva a reincidir toda vez que conocerá la manera de contrarrestar las secuelas de ese hecho y/o impedir que se denuncie.

El violento siempre lo será excepto que se trate psicológica o psiquiátricamente y asuma su trastorno de personalidad.

Como apreciarán, en el párrafo anterior destaqué la conjunción copulativa “y”, toda vez que de nada vale que se someta a evaluaciones psicológicas o psiquiátricas si el individuo no asume o niega que es violento.

(1) Abogado (UBA) – Especialista en Derecho Penal (UB)- Autor e Investigador de Derecho Penal en Argentina y en España.